Por: Laura Kersevan
Si no queremos estar a la merced de la suerte o no vamos a estar contentos si la voz no nos suena linda, vamos a tener que dedicarle un tiempo a la educación técnica. Lo más empinado es el principio, cuando tenemos que subir un escalón gigante –en proporción al entrenamiento que traemos “de fábrica”– en poco tiempo. Así como dijimos que no se aprende a cantar cantando, no se puede empezar a cambiar la voz “de a poco”. El primer escalón es la base de relajación, respiración, postura y emisión correcta. En la primera meseta nos dedicamos a mantener lo adquirido, incorporándolo.
Si no queremos estar a la merced de la suerte o no vamos a estar contentos si la voz no nos suena linda, vamos a tener que dedicarle un tiempo a la educación técnica. Lo más empinado es el principio, cuando tenemos que subir un escalón gigante –en proporción al entrenamiento que traemos “de fábrica”– en poco tiempo. Así como dijimos que no se aprende a cantar cantando, no se puede empezar a cambiar la voz “de a poco”. El primer escalón es la base de relajación, respiración, postura y emisión correcta. En la primera meseta nos dedicamos a mantener lo adquirido, incorporándolo.
A veces, por negación o miedo –ante
el despliegue de quiénes somos– nos asustamos y no queremos conectar con
aquello que cambió. También puede pasar que hayamos empezado con expectativas
poco realistas o con la autoestima muy, muy baja y no sepamos apreciar el
cambio. Algunas mesetas parecen demasiado largas o el primer escalón demasiado
alto, y no podemos justificar internamente el gasto energético del cambio. Si a
esa altura quisiéramos dejar de estudiar, podemos quedarnos con lo que
aprendimos, como en algún concurso de preguntas y respuestas.
Pero si recién a esta altura,
antes de comenzar, descubriéramos que simplemente no estamos dispuestos a hacer
ningún esfuerzo, lo mejor que podremos hacer será asumirlo y sentarnos a
esperar que se invente el “trasplante de voz”.
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