domingo, 4 de agosto de 2013

¿Para quién brillamos?



Reunión de familia y amigos. “¡Que cante Juancito!”, suena la voz de la tía Gertrudis, desde el fondo. Juan duda un momento pero se decide, y algunos hacen silencio para escuchar. No sabe si lo ha hecho bien (muy seguro no se siente), aunque recauda los aplausos como un trámite. Al cantar se sintió nervioso pero, ahora que el trámite pasó, siente que le falta algo.
              Aunque se supone que cantar nos debe hacer sentir felices, en su más profundo interior, Juan cantó para los demás y no para sí mismo. Hizo lo que creía correcto, pero a todo le faltó un sentido fundamental: vibrar para su propio disfrute y así compartir algo bueno de sí mismo, en lugar de sus nervios e inseguridades.
        ¿Para quién buscamos brillar? ¿Para quién cantamos cuando cantamos? Sea en un estadio de 100.000 personas, en la cena de Año Nuevo o en la ducha, la actitud espontánea sería actuar: salir de nuestra identidad conocida y cotidiana para pararnos en el lugar de una “estrella” (sepamos o no sepamos “trucos” técnicos). ¿No sería más relajado y placentero –para nosotros y para el que nos escucha– simplemente vibrar, abarcando todo el espacio con nuestro sonido y compartiendo con el otro ese universo?
           El Sol brilla sin que se lo pidan, aunque no presume de su belleza y poder (¡y eso que gracias a él es posible la vida!). Cuando cantamos, cantemos vibrando entonces: brillemos y compartamos nuestro mundo, traduciendo en sonido nuestra singular experiencia vital. El otro recibirá nuestra vibración sonora (como los planetas la luz del Sol) y se llevará así, luego de la reunión de amigos, algo más que una mera “actuación” de nuestra parte. ¡A brillar, mi amor!

No hay comentarios:

Publicar un comentario