Intelectualizar el cuerpo sólo
sirve para obtener información sobre “el cuerpo humano” –no necesariamente
sobre el nuestro– como si se tratara de los nombres de las partes de, por
ejemplo, un auto. Conocer qué es el auto, cómo está conformado, como debería
funcionar, es sin dudas importantísimo… a título informativo. Pero
evidentemente, ningún manual puede explicar las sensaciones físicas, las
órdenes mecánicas que debemos darle al cuerpo, cómo calcular el ancho o el largo
del vehículo, o los sentimientos que puedan surgirnos en las distintas etapas
del proceso.
Cantar, o mejor dicho, “educar”
nuestra voz es mucho más difícil que aprender a manejar, porque en este caso,
nosotros somos el auto y no podemos ver nuestro interior... salvo que
ejercitemos la percepción.
No siempre registramos este
“pequeño detalle” porque, en nuestra idiosincrasia, la voz que tenemos y el
talento (o falta de talento) con el que nacimos son un todo indivisible e incuestionable.
Un auto que se maneja solo, que “hace lo que quiere”. Si justo coincide con lo
que queremos, maravilloso. Si no, tendremos que aprender a dominarlo.
Intentarlo intelectualmente
sería como recitarle al auto cómo “manejarse”… La solución será entonces
enterarnos de que el auto somos nosotros, y que es el piloto automático el que
“no tiene talento” o “tiene fea voz”.
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