Cuando
buscamos un lugar donde estudiar Canto o un profesor, verificamos que se
trabajen los estilos que nos gusten, que nos enseñen lo que queremos aprender,
que nos quede cerca de casa, que sea bueno… Pero, ¿cómo sabemos si es “bueno”? Más
que “bueno”, deberíamos preguntarnos si
nos sirve para lo que queremos lograr. Y probar: la descripción de lo nos
van a enseñar puede ser a veces tan vaga que no nos sorprendería encontrar
actividades de lo más variadas dentro de una “clase de Canto”.
Lo
que hace bueno a un Maestro de Canto es identificar
las dificultades del alumno, y lo más importante, saber cómo organizar los contenidos para que la
persona supere los obstáculos. A veces no alcanza con “guiar” al alumno a
través de una canción, porque puede estar errando en conceptos técnicos
básicos. Por el contrario, “matar” a un alumno con técnica puede ser
contraproducente: en algún momento habrá que aplicar todo lo aprendido en una
canción.
Así,
el buen docente sabrá cuándo y cómo
darle al alumno ciertos contenidos. Dijimos, además, que lo que enseñe mi
docente debe servir a los resultados que
deseo. Si quiero ampliar mi registro (el rango de notas que puedo abarcar
con mi voz), deberé trabajar sobre las herramientas técnicas precisas; si
quiero que una canción suene “triste” tendré que cavar hasta encontrar la
semilla que regula la expresión de mi voz.
Un
buen Maestro sabe cómo llegar a los resultados. Nosotros, por nuestra parte,
creemos que todos los problemas tienen
una misma solución. La dificultad puede ser vocal o musical; la forma de
resolverlo es saber qué está mal y cómo modificarlo. Sabemos que, por lo
general, la dificultad es mecánica:
cómo ensamblar la postura con la respiración y la relajación (paréntesis: si todos
tenemos pulmones, diafragma y cuerdas vocales, un buen Maestro debería saber
cómo sumar esos elementos para que resulten en una buena voz). ¡A probar,
entonces!
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