[Del libro Cantar sin limitaciones, de Laura Kersevan, Buenos Aires, Ed. CambiáTuVoz, 2014.]
"Es lógico que sólo alguien con talento pueda cantar bien. Alguien sin talento no va a llegar a nada, va a sonar mal, desafinado...". Este tipo de afirmaciones nos resulta seguramente muy familiar. Aquel que "no tiene talento" o tiene poco... ¿tiene que resignarse a no cantar nunca jamás, a pesar de que lo haga feliz?
Otro "ejemplo" popular: "María X" canta en bares, tiene algunos proyectos musicales y tiene "linda voz". Sus amigos y familiares siempre consideraron, de chiquita, que era muy talentosa. Sin embargo, también opinan que llegó a un techo en su capacidad vocal (le cuestan los agudos y se queda disfónica con frecuencia) y creen que tiene que conformarse con lo que tiene. ¿Debe resignarse? ¿Sus condiciones le alcanzaron para llegar hasta donde está, y eso es todo?
Sin importar si somos principiantes o cantantes experimentados, desafinar, tener "fea voz", no llegar a las notas más altas, ser desprolijos o padecer dolor al cantar, por ejemplo, son sólo una evidencia de que no estamos aprovechando todo nuestro potencial como instrumento musical.
Si creemos que no tenemos talento, ya nos pusimos un límite. Si estamos esperando que "descubran" nuestro talento, quizás esperaremos por siempre. ¡Qué curioso! Se nos ocurren todas estas cosas, pero no podemos siquiera imaginar que quizás haya malezas en el camino y sólo sea cuestión de identificarlas y eliminarlas.
¿O acaso nuestro cantante favorito no tiene, como nosotros, dos pulmones, dos cuerdas vocales, costillas, músculos, etc., etc.?
Es el hecho de cantar lo que nos resulta instintivo. Pero la forma en que emitimos la voz evidencia los miles de años de nuestra particular evolución como raza. La vida en las sociedades modernas, el predominio de la razón por sobre los instintos... es tanto lo que nos aleja de nuestra naturaleza animal que prácticamente ya no registramos ser parte de ese reino.
"Es lógico que sólo alguien con talento pueda cantar bien. Alguien sin talento no va a llegar a nada, va a sonar mal, desafinado...". Este tipo de afirmaciones nos resulta seguramente muy familiar. Aquel que "no tiene talento" o tiene poco... ¿tiene que resignarse a no cantar nunca jamás, a pesar de que lo haga feliz?
Otro "ejemplo" popular: "María X" canta en bares, tiene algunos proyectos musicales y tiene "linda voz". Sus amigos y familiares siempre consideraron, de chiquita, que era muy talentosa. Sin embargo, también opinan que llegó a un techo en su capacidad vocal (le cuestan los agudos y se queda disfónica con frecuencia) y creen que tiene que conformarse con lo que tiene. ¿Debe resignarse? ¿Sus condiciones le alcanzaron para llegar hasta donde está, y eso es todo?
Sin importar si somos principiantes o cantantes experimentados, desafinar, tener "fea voz", no llegar a las notas más altas, ser desprolijos o padecer dolor al cantar, por ejemplo, son sólo una evidencia de que no estamos aprovechando todo nuestro potencial como instrumento musical.
Si creemos que no tenemos talento, ya nos pusimos un límite. Si estamos esperando que "descubran" nuestro talento, quizás esperaremos por siempre. ¡Qué curioso! Se nos ocurren todas estas cosas, pero no podemos siquiera imaginar que quizás haya malezas en el camino y sólo sea cuestión de identificarlas y eliminarlas.
¿O acaso nuestro cantante favorito no tiene, como nosotros, dos pulmones, dos cuerdas vocales, costillas, músculos, etc., etc.?
Es el hecho de cantar lo que nos resulta instintivo. Pero la forma en que emitimos la voz evidencia los miles de años de nuestra particular evolución como raza. La vida en las sociedades modernas, el predominio de la razón por sobre los instintos... es tanto lo que nos aleja de nuestra naturaleza animal que prácticamente ya no registramos ser parte de ese reino.
Al fin y al cabo debemos ser la única especie que se juzga tan duramente. Al desarrollar sentimientos tales como vergüenza o pudor cantamos según el canon de lo socialmente aceptable, de nuestras expectativas con nosotros mismos, de nuestra autoestima.
Ahí se gesta el quiebre entre lo interno (las ganas de cantar, la necesidad urgente de expresarnos con lo que tenemos más "a mano") y el problema de no ser lo suficientemente buenos, de no dominar nuestro sonido, de no gustarnos, y en definitiva, de haber olvidado nuestra naturaleza biológicamente animal...
Cantar es instintivo pero nuestra forma de cantar no lo es.
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