[Del libro Cantar sin limitaciones, de Laura Kersevan, Buenos Aires, Ed. CambiáTuVoz, 2014.]
Cuando buscamos un profesor, escuela o técnica de canto, la información que encontramos nos resulta doblemente incierta porque suelen ser datos sobre algo desconocido. Son tantas las opciones, tantos los factores: que me quede cerca pero que sea bueno (¿qué será “bueno” si no conozco nada?), que parezca serio, que no sea aburrido, que me dejen cantar lo que me gusta. Con un poco de suerte, en el período de información previa a la decisión nos iluminemos con la conciencia del principal costo oculto: aprender mal puede hacernos perder mucho. Aprender a cantar no es pagar para cantar alegremente mientras salticamos en un prado tapizado de trébol: estamos invirtiendo salud (vocal, mental, espiritual…) y tiempo.
Cuando buscamos un profesor, escuela o técnica de canto, la información que encontramos nos resulta doblemente incierta porque suelen ser datos sobre algo desconocido. Son tantas las opciones, tantos los factores: que me quede cerca pero que sea bueno (¿qué será “bueno” si no conozco nada?), que parezca serio, que no sea aburrido, que me dejen cantar lo que me gusta. Con un poco de suerte, en el período de información previa a la decisión nos iluminemos con la conciencia del principal costo oculto: aprender mal puede hacernos perder mucho. Aprender a cantar no es pagar para cantar alegremente mientras salticamos en un prado tapizado de trébol: estamos invirtiendo salud (vocal, mental, espiritual…) y tiempo.
Para saber si un profesor es caro más me vale saber cuánto
vale para mí y cuánto estoy dispuesto a perder por un error en el juicio.
Descartando la obviedad de que un profesor puede ser barato y malísimo, podemos
creer que el que cobra menos nos dará lo mismo pero a bajo precio.
Un profesor puede ser bueno y barato, y otro malo y carísimo
(mejor ni pensarlo) y otro, bueno y carísimo… Como una batalla entre el Bien y
el Mal. Si desactivamos ese pensamiento, veremos que sólo es cuestión de
verificar qué sea “bueno” o “malo” para nosotros. Entonces, podemos animarnos a
probar muchos lugares, muchos profesores, considerando que experimentar para
informarnos y decidir con conciencia es una inversión y no un gasto.
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