
La mejor manera de estar
seguro de nuestro aprendizaje es tomar las riendas, ser nuestro propio
maestro. Esto no quiere decir no buscar una guía o cuestionar
constantemente las enseñanzas que recibimos, pero sí hacernos responsables de
entender el funcionamiento de las cosas y de registrar principalmente la
comodidad de nuestras gargantas.
Un ejemplo: a veces puede
parecer que una técnica no es buena porque nos resulta complicada de entender,
dentro de nuestro paradigma personal. Entonces, deberíamos preguntarnos si nos
relaja la garganta o si, por el contrario, además de ser complicada no logra
que dejemos de sentir presiones o incomodidades en la zona. Otras veces, una
técnica que “nos queda cómoda” puede hacernos doler la garganta o incluso
llevarnos a tener problemas vocales.
Lo importante es
discriminar qué tipo de incomodidad estamos sintiendo. ¿Es “espiritual” (por
frustraciones o expectativas que tardan en cumplirse o por el esfuerzo nuevo
que debemos hacer con el cuerpo, que puede cansarnos o darnos fiaca)? Si
ese es el caso, sería bueno trabajar internamente para superarlas, si realmente
queremos cantar mejor. Ahora, si la incomodidad es de la garganta y no
mejora con las clases, tenemos una prueba contundente de que esa técnica o ese
docente no funcionan para nosotros.
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